miércoles, 3 de septiembre de 2014

Vapor de dignidad

Allí estaba él, de barro hasta las rodillas, envuelto en un hedor insoportable que llegaba a embotarle los oídos, intentando sostener su carga un segundo más, mientras su espalda aullaba de dolor. Era imposible escapar de allí sin consecuencias. ¿Cuánto podría aguantar? ¿Por qué estaba haciendo todo esto?

Soltó su carga en el lugar indicado, resoplando, y volvió a cruzar el barro apestoso en busca de la siguiente remesa. Alguien le había dicho una vez que el trabajo dignificaba. Si aquello tenía algo que ver con la dignidad, que viniese dios y lo viese. Que se metiera él en esa charca maloliente a partirse el lomo, a ver si luego era capaz de salir con la cabeza alta, y no doblado y sollozante tras nueve horas de dolor.

El hombre que había sido llevaba mucho tiempo muerto. No quedaban ya sueños, esperanzas ni anhelos. Aquel que fue no se habría conformado con vivir un día más una vida que no era tal.

En el despojo que se arrastraba vendiendo su tiempo por un bocado y un techo no había sitio para la poesía o la belleza. Sólo le quedaba llorar, asumiendo un duelo eterno y amargo por la pérdida de la que fue su identidad.

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