miércoles, 22 de octubre de 2014

Historias vivas

Me intrigan los escritores que lo tienen todo pensado y planeado antes de empezar a escribir. No sé si ocultan algo o tienen poderes que los mortales no pueden osar evocar.

El hecho me es completamente ajeno. Normalmente empiezo a escribir sin tener ni puñetera idea de qué va a salir después. Una impresión, un sueño, una observación... Tras ser plasmados, puede que traigan algo más, o que se queden en media página melancólica. Nunca lo sé.

Un día coges un cacho de aquí, otro de allí, la sensación que se te ha quedado en la barriga después de ojear un álbum familiar y, de repente, tienes algo parecido a una estructura, a un armazón que vas llenando hasta que aparece el nudo de la historia, el problema gordo (o, al menos, uno de ellos). Es entonces cuando te das cuenta de que tienes una historia más seria entre manos. Es la historia la que va escribiéndose, pasando un kilo de las intenciones que tú tuvieses. "Buah, esto va a ser descarnado y cruel": no. Tus personajes deciden ponerse tiernos. "Aquí va a haber romance": no.  Cae hasta el apuntador sin dar opción a que se cree tensión de ningún tipo.

Eso sin meternos en el proceloso mar del borrado purgativo, que es un mundo aparte.

Así que, al final, suele ser necesario sacar el látigo y meter a las historias en vereda. Con El Tiempo de Viridia fue algo así: había un Cazador de brujas por un lado, un arquero muy hábil por otro, un laberinto chungo flotando en mitad de la nada... Se tricota todo bien y hale, ahí tienes una cimbra estupenda para hablar de dioses redivivos, de error y redención, de familia, de venganza, de libros antiguos y de bichos aberrantes. Y de amor, por supuesto.

No supe cómo iba a acabar hasta llevar un 85% de ella escrita. Lo que estoy escribiendo actualmente (varias historias a la vez, que una es "ansia viva") sigue el rumbo que le apetece. De verdad, no sé cómo los escritores pueden meter en vereda a sus obras desde el principio cuando son mis historias las que me guían a mí.

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