viernes, 10 de octubre de 2014

La Tejedora

Siempre tenía mucho cuidado cuando se vestía. Por alguna razón que sus súbditos más allegados no terminaban de comprender, se hacía su propia ropa con telas de procedencia diversa y, a veces, desconocida. No entendían muy bien cómo alguien con su poder y su rango no se valía de una modista para esos encargos mundanos, pero se abstenían de hacer comentarios y, sobre todo, de preguntar.

Ella ponía mucha atención en los detalles. Había aprendido qué cantar mientras daba forma a sus corpiños, enhebrando hechizos en las agujas, entorchando hilos con encantamientos que indujeran a quien la contemplase a la fascinación, la admiración o el miedo. Podía pasarse el día entero junto a la ventana, cosiendo despacio, en la más completa soledad.


Aquella mañana había elegido un largo vestido de seda roja, confeccionado durante los crepúsculos de los últimos meses, bordado en las mangas con unos inquetantes dragones escarlata. Mientras avanzaba despacio sobre su alazán negro, las puntadas refulgían, y ella sonreía satisfecha. Le gustaban las victorias. Poco a poco conseguiría su objetivo, cayera quien cayese, siguiendo a su destino y amparada por su derecho; sin conocer, ya que estaban lejos de su discernimiento, el arrepentimiento ni la contrición.

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